Noviembre en Osaka (Japón) nos sorprendió con un buen clima. Recuerdo, sobre todo el día que fuimos a visitar el parque conmemorativo de la Expo ‘70. Un cielo azul intenso, sin nubes asomándose por el horizonte. En la estación de tren nos esperaba nuestra amiga para llevarnos a visitar el parque. Compramos la entrada y accedimos por la puerta principal donde se puede contemplar la Torre del Sol, una escultura diseñada por el artista Taro Okamoto para uno de los salones de la Expo. Simboliza el Sol, la energía de todas las cosas, del pasado, presente y del futuro.

El parque tiene 330 hectáreas y una de sus principales atracciones es el Jardín Japonés que fue diseñado como una colección de avances en tecnología de parajismo japonés.

Se trata de un gran jardín artificial donde se representan cuatro épocas históricas diferentes: antigua, medieval, moderno temprano y moderna. Para cada área consiguieron plantar diferentes tipos de árboles y construir varias cascadas.

Cuando entramos por la puerta vimos un grupo de señores mayores que, sonrientes, enseguida se acercaron a nosotros. Por suerte nuestra amiga pudo hacernos de traductora. Nos preguntaron si queríamos un guía. ¡Totalmente gratuito! Al preguntarles que si sabían inglés fueron todos a buscar al “sensei” (el profesor). Así que empezamos nuestra visita.

El sensei era profesor, que aunque estaba en edad de jubilarse todavía continuaba dando clases a media jornada. La enseñanza era su pasión y prefería continuar en el colegio ayudando a los profesores y profesoras recién licenciados en su tarea diaria, además de estar con los alumnos con más dificultades.

El trabajo como guía era voluntario. Lo hacía el fin de semana y en épocas determinadas. Tal y como nos explicaba, ser guía era como enseñar.

Ese día, con el profesor aprendimos sobre botánica, aves, historia del japón, ceremonia del té y jardinería. Todo en un mismo parque y durante un par de horas.